Por: Hna. María Verónica Cammalleri, arcj     
20/11/2019     




De ordinario solemos decir "Ay, perdóname, me confundí" o "¿Me disculpas?" O bien, si nos tropezamos con alguien normalmente expresamos: "¡Perdón!" Pero, realmente el perdón será solamente... ¿una muletilla? ¿O será que puede ir más allá?

Este es un tema en el que ahondar para nosotros los que nos llamamos CRISTIANOS, o al menos para todo aquel que quiera vivir al estilo de Jesucristo, quien pasó por este mundo haciendo el bien y quiere que nosotros también lo hagamos. Si tú, querido lector, y yo, supiéramos realmente el alcance de perdonar y tomásemos conciencia de cuánto bien nos hace, creo que razonaríamos más, en lugar de dejarnos llevar por nuestros instintos a la hora de perdonar las faltas.

Bien sea por una grave ofensa o por un simple percance, un hijo de Dios siempre estará llamado a perdonar. Y bien sabemos cuánto: setenta veces siete. Y como no nos es posible llevar la cuenta de cuanto bien hacemos, esta cifra significa "SIEMPRE". Qué sabio es Jesús en todas sus enseñanzas! Durante toda su vida terrena no guardó a nadie rencor, porque sabía que "todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo" y ¿sabes algo? Nada nos ata más a las circunstancias que no soltar, no perdonar. El rencor es el ácido que más rápido corroe el alma y le impide volar libremente hacia su Creador, porque Dios nos quiere libres.

Indispensable para lograr perdonar es tener un corazón misericordioso. Mirar con ojos de misericordia. Tener los mismos sentimientos de Jesús: humildad, bondad, ternura, mansedumbre, magnanimidad, paciencia, pero por sobre todo... amor. Sólo un corazón que ama es capaz de perdonar sin límites. Porque el amor nos hace desprendernos de nuestros egoísmos y ver al otro. Mejor aún, a Cristo en el otro.

Quisiera traer a colación un pasaje del Evangelio en donde Jesús nos da un precioso ejemplo de esto que venimos tratando, y es Mateo 18, 21-35 donde se nos narra el siguiente acontecimiento:

"El Reino de los Cielos es semejante. Un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. El primero que le presentaron le debía muchos millones. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer, a sus hijos y a todas sus posesiones, para saldar la deuda. El servidor, arrojándose a sus pies, le suplicaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo" El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda.
Pero apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros, que le debía poco dinero. Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba, mientras le decía: "Págame lo que me debes". El compañero se arrodilló y le rogaba: "Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo". Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda.
Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contarle al rey lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? Y el señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no soltaran hasta que pagara lo que debía.
Pues lo mismo hará mi Padre Celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano."


A veces nos cuesta perdonar, es cierto, pero la verdadera grandeza no está en la venganza, la cual va dejando su lastre en el alma, sino en olvidar de corazón, tal como Dios ha hecho con nosotros. ¿No es cierto que hemos pecado? ¿No hemos ofendido a Dios con nuestras rebeldías, nuestras faltas? Hay veces que ciertos pecados traspasan el corazón de nuestro Señor, pero Él nos ha tenido Misericordia. Abundante Misericordia, mucha más de la que merecemos y... ¿no vamos a tener la misma compasión que Él nos ha mostrado, con aquellos que nos ofenden? Recordemos siempre que estamos hechos de barro, como arcilla entre sus manos y que en medio de nuestra debilidad humana nos equivocamos, cometemos errores.

Entonces, ánimo! Dispongamos nuestro corazón para que sea Jesús manso y humilde el que habite en él y pidámosle al Cordero de Dios que actúe siempre en nuestras vidas, para que en todo momento miremos como El, actuemos como El, perdonemos como lo hizo el que un día, colgando en una cruz suplicó al Padre el perdón para sus verdugos y falsos acusadores. Para todo aquel que lo injurió y lastimó. Para ti y para mí.



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