Por: Hna. Aurora Colmenares, arcj     
11/12/2019     




Te habrás dado cuenta, cuando abres las maravillosas páginas del evangelio, que transitan por sus cuadros, personajes asombrosos, cargados de heroísmos, pero también de sencillez evangélica.

El apellido del apóstol más joven, resuena a simplicidad. El nombre del centurión es como eco de fe que se extiende a lo largo de la historia. El de María, la muchacha con ese aroma de cielo y de aldea, que entona las grandezas del Señor. El de Pedro nos suena a impulso y fogosidad. Todos ellos con toques divinizantes y humanos, cotizados a precio de ¡transformación!

Pero hay una figura hermosa que se destaca en no ser. Es la de Juan Bautista, el primo de Jesús. Toda su preocupación absorbente, consiste en subirle a Él y bajarse a sí. Sus predicaciones llevan la nota del "descenso": no hacer sombra, agacharse, dejar lado, bajar. "Viene detrás de mí otro que es más fuerte que yo". "Es necesario que Él crezca y yo disminuya". "Él es primero que yo". "No soy digno de tocar su calzado" ¡Qué sentimientos tan altamente humildes! ¡Qué letanías de descensos! ¡Qué santa prisa por bajar, la de Juan Bautista! Su vida no conoció límites para demostrar con hechos su amor a Cristo. Hoy ese ejemplo sigue vigente; no envejece al paso del tiempo y sus lecciones de humildad, resuenan con especial fuerza en pleno siglo 21.

Y me pregunto: ¿Por qué tiene tanto poder la humildad para alcanzar la santidad? Y te pregunto: ¿Estás dispuesto a enfrentar los primeros retos con los que tienes que combatir para lograrla: el poder, el control, el ego? Te diré, no hay otro camino más apropiado por dónde empezar.

Te invito a no confundir humildad con ser humillado. La humillación es una experiencia de impotencia o de ataque a nuestra autoestima, pero la humildad, entendida dentro del contexto espiritual, es la puerta que conduce a la liberación total.

La persona verdaderamente humilde, a ejemplo de Juan el Bautista, personaje emblemático de este tiempo de Adviento, tiene poco miedo de lo que pueda pedirle Dios, porque ninguna tarea es demasiado pequeña o insignificante, degradante o carente de valor. Muchos de los grandes místicos, recibieron instrucciones desafiantes, mientras meditaban.

La humildad nos permite reconocer y aceptar todas las cualidades positivas de otra persona, desactiva la voz competitiva que nos susurra: Tú debes ir primero, tú necesitas más, tú mereces la recompensa más que otra persona. Te diré que mantener una actitud de humildad nos aporta un escudo de desapego y libertad interior.

Anímate con la humildad a atender las motivaciones de otra persona y trascender toda negatividad, a reflexionar con frecuencia ¿dónde reside mi verdadero poder?

Hoy más que nunca, arriésgate como el Bautista a actuar de forma comprometida y valiente; sin miedo de aceptar tu condición de hijo de Dios. Esto sólo será posible con una intensa vida interior, que dé vitalidad y consistencia en la fe, a la misión que Dios te ha confiado. Lánzate, a esta emocionante aventura, como una forma de vivir a plenitud este Adviento 2019.



Volver